diciembre 28, 2009

domingo 27 de diciembre



Después de salir del café internet tomé el camino de vuelta a la montaña. Me sentía muy cansado, tendría que cargar con todo el campamento, como al bajar, ahora al subir.

Dejando las últimas casas del pueblo siempre encuentro jaurías de enjutos ladrando por algo de comer. Por aquí me encontré el otro día con la Yayau. La busque pero no estaba entre los perros de ese domingo.

Mientras subía, obligado un tanto por el silencio y la soledad, pensaba en todo lo que me ha pasado. Tuve ganas inmensas de comunicarme a la casa de mis padres, de hablar con mi hermano, de ver a Natalia. Y aunque en San Rafael todas las casas ya titilan la nochebuena, no fue esa la razón de mi nostalgia. Eran ganas de volver a ver a esos con quienes me siento cómodo, querido y feliz, junto a quienes puedo dejar de tener estas visiones extrañas. ¿por qué regreso entonces?

Curiosidad, fascinación y hasta miedo.
Como parte de mi experiencia en la montaña decidí dejar cualquier herramienta que me pudiera comunicar con la ciudad, específicamente el celular, decidí crear una cuenta de correo nueva, tanto para dar de alta el blog de la bitácora como para evitar el contacto con mis conocidos, quienes no conocen esta cuenta y con quienes no comparto estos textos.

Desde la primera semana de noviembre no sé nada de ellos. Entonces pensé que a la vuelta al café internet el siguiente fin de semana quizá podría abrir esa cuenta y saber un poco de ellos, finalmente estas fechas motivan los correos afectuosos.

Molido y con sueño levanté la casa apenas en el primer claro, a unos veinte metros del camino. Por ahí donde los periódicos locales dicen que han asaltado una que otra vez pero sinceramente a esas alturas (en sentido no tan metafórico) era lo que menos me importaba.

Lunes: Esta vez no hubo otra razón para el mal sueño que no fuera el frío. Desayuné unas galletas y alcé la campaña. Después de perder a Yayau y de todo lo que me había pasado en Nexcoalango, la base anterior, no tenía muchas ganas de volver. El domingo había visitado, como cada fin, la página del CENAPRED, centro encargado de monitorear la actividad del volcán Popocatépetl. Cómo desde mi llegada el semáforo sigue en amarillo y el radio límite es de 12 kilómetros del cráter.

Apenas lo pude ver y comencé a andar rumbo al volcán, en dirección al paso de Cortés. Eran cerca de las doce del día.

Caminaba sin una ruta clara, sólo en dirección de mi objetivo y eso hizo doblemente difícil el día. Después de un rato los árboles se alzaron de nuevo por encima del Popo dejando entre ver apenas su fumarola pero todo se complicó cuando ésta se confundió por completo con las nubes tenues y deshilachadas de ese cielo. Esto, el hambre y el frío me detuvieron. Acamparía a mitad del bosque espeso, donde ya ni la Iztaccíhuatl ni el Popocatépetl se asoman como dioses desde el cielo.

Busqué un poco de leña para la fogata de esa tarde y noche y cociné con el mismo gusto de los primeros días.

Parecía todo ser más ligero entonces. Después de comer me puse a escribir una carta para Natalia. Había empezado con un saludo casual y un mejor deseo navideño pero no quise desperdiciar espacio. Aticé la lumbre y saqué otra hoja. De golpe le contaba que estaba en algún punto entre el Popo y La Mujer, que estaba aquí desde noviembre y que la había extrañado cada momento de estos días. Que incluso la estaba alucinando y que al terminar esta lectura seguramente la estaría besando a pesar de que ella estuviera molesta y tuviera cientos de cosas que reclamarme.

Le contaba que esperaba llevarle a una nueva Yayau (si la encontraba), y que la haría volver aquí, conmigo, si ella quería.

Volví a la lectura y poco después dormí.

Martes: Nunca he tenido la facultad de recordar mis sueños pero últimamente parecen desbordar el límite que tienen con la realidad.

He escrito ya que cargo con un libro sobre las múltiples leyendas de los volcanes, cuya lectura aquí es inexplicable, reveladora. Ayer por la noche lo leía. Uno de los textos se refiere a este fenómeno a partir de la Iztaccíhuatl y lo imponente de su figura, tan exacta, como tallada por un dios, como si fuera una diosa gigante que domina estos valles, que atrae a propios y extraños y que a aquellos que la conocen termina por secuestrarlos. En ese sentido se interpreta al volcán Popocatépetl no como su eterno compañero sino como la pira a sus pies en que se ofrendan las vidas cautivas. El autor habla de que a pesar de los intentos del hombre como género y especie de imponer a los dioses como seres masculinos, la naturaleza sutilmente revela la verdad en tanto que ella misma es femenina.

En fin, me estoy, desviando, en mis sueños aparecía esa mujer que no me deja ver su cara pero que me habla con la voz de Natalia. Ella me repetía todo eso. Que las vidas de los hombres que La Mujer Dormida cautiva son el combustible necesario para la leyenda que ella hace arder a sus pies. Que las erupciones tienen ese fin. Hablaba mientras lanzaba leña sobre el fuego.

Salí de la casa apenas desperté. Las cosas extrañas parecen ser comunes aquí, la fogata seguía encendida.

Lo avivé, preparé un desayuno y al terminar, con toda calma alcé el campamento una vez más. Me había fijado llegar esa noche hasta el paso de Cortés y acampar allí.

Cuando pude desprenderme de todas estas cosas extrañas y poco tangibles me vi en medio del bosque, sin rumbo. Traté de convencerme de venir de cierto rumbo para avanzar en otra dirección y así lo hice. Alcé las cosas y con determinación empecé a andar de nuevo.

Eran las seis de la tarde, oscurecía, y yo seguía andando dentro del mismo bosque espeso sin que se asomaran a mí las cumbres guía. Pensé en acampar allí, ya lejos del caudal de deshielo, de todo excepto de los constantes árboles, pero después de un día de andar el no encontrar algo me tensaba. Acampé sin un mejor panorama ya entrada la noche. Cenar y dormir…

Miércoles: Desperté temprano. Había comido tarde y no quise desayunar. De inmediato me puse a andar en busca del Popo, ya un poco desesperado, y por fin, cerca de las tres de la tarde me encontré con el gran claro del Paso de Cortés.

Como si hubiera dejado de verlos por mucho tiempo me encontré con un par de volcanes poco nevados a pesar del fuerte frío. Me parecen caprichosos pues en días gélidos como este se asoman grises, como desobedientes al clima, y de repente, a las doce del día, con el sol en el cenit, se cubren de blanco.

Había algunas personas pasando un día de campo. No quise hablar con nadie que no fuera Natalia así que avancé rodeándolos y a penas me hallé solo y de nuevo acampé para calmar tanta hambre.

Me hallé a los pies de esa mujer, cerca de la pira que es su ofrenda. Después de estos sueños y estas lecturas ya no veo igual estos caprichos sobre la tierra. Y aunque apenas moviéndome un poco el ángulo distinto modifica drásticamente las figuras, no me refiero a eso, me refiero a una visión personal nueva. La fuerza femenina, aparentemente pasiva acaba por abrazar y absorber la magna fuerza masculina del volcán, que lo recrea en función suya.

Entonces entendí que eso mismo me pasa con Natalia. Que es la fuerza femenina que me absorbe y me recrea en función de ella. Eso me provocó una sonrisa.

Saber que frente a mí, en ese valle, estaba ella, pensando no sé qué cosas sobre mí (excepto lo que realmente me pasaba) me llenó de ganas de verla y estando junto a ella ver estos volcanes, mis volcanes.

Comí y descansé. La tranquilidad de esa tarde me hizo dejar el acercamiento al Popo para el otro día.

Jueves: Cada vez es más intenso el frío. La niebla desapareció en una noche los volcanes por lo que decidí no avanzar hasta que la visión fuera más favorable pero ese día no se prestó para ello. De cualquier modo, la cercanía me tenía muy cómodo aunque la comida era cada vez menos.

El frío me mantuvo dentro de la casa casi todo el día, saliendo a penas para avivar el fuego y servirme más café. Estuve haciendo dibujos, por vez primera y no por voluntad, sin mirar los modelos, cubiertos por la neblina. Eso quizá me provocó dibujarlos a partir de la nueva perspectiva desde la que los mira, de la que he hablado anteriormente.

No sé qué hora sería pero tarde ya me quedé dormido.


Viernes: Volvió entre mis sueños. Me hablaba. Me decía cosas que no pude recordar pero que me hicieron despertar pensando en ella. Salí de la casa. A penas se asomaban las cumbres de la mujer y el pico activo del volcán.

Las ganas de ver a Natalia me rebasaron, a mí y a todo esto. Guardé las cosas y pensé en volver por ella para volarme con ella el límite de los 12 kilómetros del volcán y todos los límites que estorbaran. Ya no pararía más que para comer y dormir, así que después de un desayuno contundente me puse a andar.

Oscurecí de nuevo a medio bosque, acampé después de cenar.

Sábado: De nuevo empecé a caminar desde temprano tratando de ubicarme mejor y esta vez funcionó. Después se asomó la cabeza recostada de la Iztaccíhuatl y con cansancio pero con rumbo definido al anochecer estaba de nuevo en Nexcoalango.

Había un par de fogatas esparcidas por el claro, una bastante cerca del lugar que por semanas ocupé, así que ahora me asenté en el primer lugar que hallé más o menos cómodo.

Me pareció ver luz en las chozas de los vendedores así que me acerqué. Ahí estaban los Ávila. Me contaron que habían subido porque esperaban que este fin subiera mucha gente por la llegada del frente frío y la posible nevada que hasta entonces no había caído. Yo les puse al tanto de lo que me había ocurrido. Me invitaron a cenar al saber que no contaba ya ni con dinero ni con comida.

Después de un rato me fui a dormir para apenas amaneciendo, descender hasta el pueblo.

Domingo: Tomé café, de nuevo cortesía de mis amigos, y bajé. Contrario a cada descenso, esta vez veía subir mucha gente. Llegué al pueblo y me encontré con la más grata sorpresa, la Yayau comía junto con otros alrededor de unos botes de basura. La llamé y me reconoció. Juntos fuimos al cibercafé, ella me esperaba afuera. Desde adentro me saluda Susana.

Ahora he abierto la cuenta de correo que no revisaba desde aquella noche en que escribí el primer apunte de esta bitácora. He abierto el primero de varios correos que me han enviado algunos amigos en común con Natalia.

Como punta de la lanza de todas las cosas inverosímiles que me han pasado desde que inicié esto, leo y me quedo helado frente al monitor.

Volveré de nuevo a las montañas y ya no pienso bajar porque en realidad no he bajado. Soy una de esas vidas que incandecen a los pies de la mujer, que se le ofrendan.

Seré como Popocatépetl el primero que muere para dar vida a su mujer, helada y tendida, y hacerla leyenda.

Hace cuatro semanas que Natalia, inexplicablemente, me dicen, murió.

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