diciembre 13, 2009

Domingo 13 de diciembre


Relatar lo que me ha pasado en estas dos últimas semanas no ha sido cosa sencilla. No es que antes lo hubiera sido pero ahora el orden de mis pensamientos y percepciones me confunden, y creo que esto resta valor a mis propias palabras, justo ahora que las leo.

Aquel último domingo de noviembre, después de hablar con Susana, la Yayau y yo fuimos al mercado para después volver a la montaña. Mientras cenábamos leía las páginas del periódico en el que me envolvieron un poco de canela y manzanilla. Me enteré entre otras cosas del campo de batalla político en que se ha vuelto a convertir Iztapalapa. Me acordé entonces de que la tarde en que el llamado Presidente legítimo solucionaba la situación electoral previa a las elecciones en esa delegación, escuchaba todo eso en el comedor de casa de Natalia.

No sé si mi aislamiento voluntario me tiene un tanto más emotivo, no lo sé, lo que sé es que esa noche extrañé a Natalia como se extraña ser niño y saber que eso es algo que no se disfrutará de nuevo jamás. La extrañé al mirarme aquí, donde más he deseado estar pero sin ella, sin ti. Te extrañé como sabes que te amo Natalia.

Y entonces, como en otras noches y por otras razones igual estuve, miré el cielo desde mi casa, recordando hasta esas tardes que llegaron y se fueron sin más a su lado, imaginando que ella estaba mirando al cielo también.

Lunes: El frío ha comenzado a subir la montaña. Decidí por eso alzar un poco más de leña de lo común. La noche anterior se había acabado toda faltando aún algunas horas para que amaneciera, por eso, si volvía a tener una noche de insomnio tendría una reserva.

La Yayau y yo anduvimos el bosque en esa tarea y por la tarde comimos de frente a la inmensa mujer dormida. Al terminar y desde temprano yo también me puse a dormir.

Entre sueños creí hablar con una mujer que he asociado con Natalia. En un parque muy parecido al de su casa, donde íbamos a columpiarnos cuando no teníamos mucho qué hacer, le conté dónde estaba y lo que me pasaba. En mis sueños los lugares resultan siempre diferentes a los originales y esta vez me pasaba lo mismo con ella. Parecía no saber o no recordar lo que había pasado y me abrazaba como si también tuviera frío. Por esa irracionalidad de los sueños no podía mirar su cara con claridad y justo cuando estaba por hacerlo Yayau ladraba con furia, y ya no lo pude hacer.

Martes: Parece que los volcanes supieran lo que me pasa. Justo cuando parecen perder protagonismo secuestran mis sentidos sobre toda voluntad.

Cualquiera que haya visto hacia esta parte del valle pudo percibir que el Popocatépetl ardía por dentro. Sobre él se alzaba un diálogo transparente y silencioso en dirección a la mujer. La rodeaba con lentitud y suavidad. Colándose y haciéndose uno con las nubes, abrazándola y dejando apenas que asomara su cara. Era como una ofrenda de pétalos blancos. Esa tarde y el volcán bajaron un albo telón que se abriría hasta la siguiente mañana.

Miércoles: Enorme, clara y brillantemente blanca. No hay nada más impactante que esa mujer dormida.

Amaneció nevada. La blanca nieve borra el contraste y parece hacerla más alta, hecha cielo. Es muy difícil creer que el nombre de Iztaccíhuatl es sólo una figuración que se ha hecho sobre la naturaleza. Es perfectamente una mujer tendida al sol. Sobre una alfombra de pinos y con una ofrenda humeando a sus pies.

Esa sábana clara que se ciñe a esa erótica silueta parece querer alcanzarme, en el contacto más fuerte y cercano que se ha establecido entre los dos.

Cómo no recordarte Natalia.

Jueves: Desperté temprano y desayuné. Todo ocurría de forma normal, un par de camionetas llegaron temprano para cargar leña. Acostumbrados a ellos y quizás ellos a mí, nos saludamos y cada quien seguía con su cosas. Al cabo de una hora, más o menos, arrancaron y se fueron. Como ya he contado, no es extraño ver gente por aquí cerca del medio día. Por eso no me sorprendió ver un poco más tarde a alguien cerca de aquí. Yo miraba de reojo, luego traté de ubicar su camioneta pero no había nada de eso. Una vez que ya me daba la espalda y que la Yayau le ladraba volteé y vi sus últimos pasos antes de abandonar el claro siguiendo el camino en ascenso, no llevaba ni ropa ni herramientas para campamento, vestía ropa poco abrigadora, muy común, parecía ser una mujer.

Esa noche, dentro de mi casa de campaña pensaba en lo que en esos momentos, a inicios del último mes, estarían haciendo mis amigos y mi familia. Pensé en que al verlos tendríamos mucho de qué hablar. Pensé también que al volver buscaría a Natalia. Luego me quedé dormido.

Me pasa con frecuencia en mis sueños que vivo cosas que pudieron ocurrirme durante ese día pero que no fue así. Soñé que la mujer que pasó por aquí durante la tarde volvía por la noche y me hablaba. Tampoco podía distinguir su cara pero su voz era igual a la de Natalia. Ella entraba a la casa.

Desperté. La cortina estaba entreabierta.

Viernes: Amanecí con la sensación que dejan los sueños agradables. Deseo de que no sólo fuera un sueño. Era como si Natalia hubiera estado aquí, conmigo, contagiada por todo el misticismo de este lugar. Pero esto apenas comenzaba.

Por la tarde dormité tendido en el pasto junto a la Yayau. Como se viene haciendo costumbre sus ladridos me despertaron. Esta vez, estoy seguro, le ladraban a esa mujer, que en pleno atardecer volví a ver desapareciendo en el camino de ascenso.

Decidí entonces alzar el campamento a toda velocidad y seguir sus pasos. Me regresé y quise llevarla con jalones pero chillaba, no quería moverse.

No pasó mucho después de que empecé a caminar y ya había oscurecido. Sin leña y sin nada montado decidí regresar antes de que el camino me perdiera. A esa distancia ya no lo reconocía.
Al volver la Yayau ya no estaba.

Sábado: Decidí, desde muy temprano, retomar el camino. Me perdí por la misma ruta en que esa mujer se había perdido una noche antes. El camino sigue, en sentido inverso, el cauce del agua de deshielo de la cima. En algunas partes, como al llegar al mirador, se vuelve estrecho, de modo que si se llega a perder el equilibrio o se acaba mojado o en el fondo del voladero. Cuando era niño y acampé por primera vez aquí me contaron que alguien había ya tenido la mala fortuna de perder el equilibrio hacia el lado menos afortunado.

Ese hecho desencadenó una serie de voces en mi cabeza. Historias funestas en este lugar. Desde los primeros registros documentales la mujer dormida o Iztaccíhuatl está sutilmente ligada con la muerte. Después de todo y según la leyenda, Popocatépetl ofrendó su vida a los pies de esta mujer.

Después recordé al Doctor Atl. Si bien, Murillo no murió en la montaña, esa atracción le llevó a perder una pierna y no pudo seguir explorando su afición.

Decenas de casos de alpinistas que mueren extraviados o víctimas de algún accidente. Esa idea, pensar que pisaba lugares que en otros lugares hubieran dado otros sus últimos pasos me exaltó un poco.

Después de horas de cansancio, el camino se desvanece y es uno quien debe de decir su rumbo sobre infinitos cerros, llegué a la nieve. El verde se quedó a la espalda y frente a mi nada era más que blanco. La mujer perdió su figura y yo la ruta.

Sabiendo que esa zona no es nada segura decidí andar de regreso. Me sentí entonces como un animal encerrado. Por más absurdo que sueno así me sentí.

A la orilla del agua me instalé para comer y hacer una fogata para pasar la noche. No sé si fue una especie de mal de montaña o si es verdad que la soledad llega a causar delirio pero esa noche, mientras tomaba una taza de café, mira bajar, justo por donde yo había llegado, a esa mujer.

No puedo escribir la palabra que exprese lo que sentí porque no la conozco. Hasta ahora lo único que ha superado esa sensación de asombro a las faldas de la mujer sólo ha sido superado por ese pánico. Eso fue.

Pienso que si hubiera sido algún ladrón, con una intención clara, quizá hubiera sido menos duro. El ver la luz del fuego iluminar tenuemente a una mujer bajando en mi dirección, incluso pude escuchar la desesperación en mis latidos.

Entre con absurda cautela en busca del machete pero una vez dentro no pude moverme más.
Escuche sus pasos cerca mientras las sienes me palpitaban como si fuera el eco. Llegó el momento en que esperaba que entrara o me atacara. No paso nada.

Después de un largo rato pude dormir. De nuevo entre sueños llegaba hasta aquí la mujer. Con el tono de voz de Natalia me hablaba en voz baja, me decía que no tenía de qué preocuparme y con sus manos heladas cerraba mis ojos. Me besaba y seguía hablándome sin dejarme abrir los ojos. Me decía que la buscara, que iría rumbo al volcán.
Desperté con los párpados helados.

Domingo: Sé que estuvo aquí y que me ha estado siguiendo. Que entra entre mis sueños y se va antes de que despierte. Desde esa mañana decidí dar con ella. No bajé a San Rafael pues andaría con lo poco que me queda tras su pista. Desde entonces no cuento los días ni las noches, camino despacio hacia el Popocatépetl, mirando en todas direcciones.

Domingo siguiente: Ha pasado una semana y no la he vuelto a ver. Duermo de día, vigilo de noche y me siento parte de una realidad distinta. Sé que esto suena absurdo e inexplicable, quizá por eso la busco, quiero comprobar que hay algo detrás de todo esto. Ya no leo ni escribo con la misma frecuencia. Sólo quiero encontrarla.

La comida se acabo y he vuelto a San Rafael. Después de comer en el mercado he llegado con Susana a quien no he podido decirle lo que pasó. Se estará enterando al transcribir el texto y yo esté subiendo de nuevo.

1 comentario:

  1. Gracias otra vez, por este extraño relato que poco a poco me intriga mas, te deseo mucha suerte , por favor cuidate y sigue enviando noticias tuyas.

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