noviembre 29, 2009

Domingo 29 de noviembre




De nuevo escribo desde este cibercafé que visito por tercera vez. El domingo pasado, al entrar a este negocio, me asignaron la máquina número 4, justo frente a al monitor administrador.


No sé si el pasar más tiempo del acostumbrado sin compañía me ha vuelto más sociable pero con el pretexto real de no saber dónde se guardan los archivos de respaldo en las máquinas inicié una conversación con la encargada.




Después de conocer los motivos que me tenían cada fin de semana aquí Susana me propuso rescatar los archivos redactados en varias de estas computadores en una sola, pues le conté que quizá cerrarían el blog por ser un supuesto blog spam.


Afortunadamente se encargó del problema y como es posible advertir, ya no es más un posible blog spam. También se ofreció a escanear los dibujos que traía conmigo para publicarlos (incluso me obsequió unos lápices de colores después de saber que el primer dibujo fue iluminado con hojas de té). En fin, desde entonces Susana es amablemente la encargada de la publicación de mi bitácora (de hecho ella publicó la tercera entrega, mandó el correo que yo redacté a manera de invitación y yo pude subir a buen tiempo rumbo al campamento). Al fin acordamos que yo bajaría igual, cada fin de semana y entregaría los originales para que ella los cargara en la red y le diera el mejor formato. Ésta es pues, la segunda entrega bajo este convenio.


Salí entonces del cibercafé y fui directo al mercado. Compré lo necesario y apresuré el paso.


Llegando una vez más a las cercanías del tubo que marca el inicio de la pendiente me di cuenta de que estaba siendo seguido. Primero a cierta distancia, como queriendo hacer casual su presencia, pero al pie de la pendiente estaba detrás de mí.


Sin nada más por ofrecer que un pedazo de tamal que compré por la mañana y no me terminé, me le acerqué.


La perrita se lo comió y al final movía la cola. Pensé que sería mucho más agradable mi estancia arriba con su compañía así que regresé hasta la última tienda y compré un cuarto de salchichas (baratas). Le di enseguida una mitad y comenzamos a subir.


Cada que notaba cierta distracción volvía a convencerla con otro pedazo de embutido.


Mientras subíamos, a paso lento, decidí hablarle para que se sintiera cómoda y quisiera seguir acompañándome. Para el momento en que debíamos trepar la acaricié y después de un rato la pude ayudar.


Tengan la imagen convencional de un perro callejero, tamaño mediano, peludo pero lacio (en los términos que el pelaje de un can callejero lo permite), orejas largas y caídas a los lados, cola larga y uniforme color café con leche. Fue entonces que me di cuenta de que era hembra y la llamé Yayau.


Una vez arriba me asaltó la culpa: Se congelaría a media madrugada. No creí que el meterla a la casa fuera la mejor de las ideas así que aproveché la luz naranja del atardecer que refleja la mujer, poco nevada, para armar el campamento de Yayau. A un costado de mi casa, alcé la estructura con piedras y leños. El techo fue armado con ramas y follaje tupido y el interior calentado con zacate, papel periódico y una playera mía.


Siendo ya tiempo de frío decidí compartir una generosa cena con Yayau para convencerla. Ella sólo entro a su casa hasta que ello le permitió llegar a su comida.


Con el enorme, montañoso deseo de que ella estuviera ahí por la mañana me acosté a dormir.


Lunes: Hecha bola en un rincón que había acomodado con lo que encontró dentro, estaba la Yayau por la mañana.


Si bien mi presupuesto no podría soportar alimentar a alguien más del mismo modo, necesitaba convencerla de quedarse. Pensé en hacerlo sólo por esta semana y la siguiente ya vería, como fuera ya estaba conmigo.


Desayunamos tortillas con huevo y fuimos a caminar.


Yayau me sigue como si fuera mi acompañante de tiempo atrás o como si entendiera lo que estoy haciendo aquí y hubiera decidido hacerme compañía.


Calenté un poco de agua (cosa que no hago ni para mí) y humedeciendo un cacho de tronco traté de cepillarle el pelo. En fin, me siento muy cómodo y contento, incluso pienso en llevarla a la casa a mi vuelta.


Yayau era el nombre de la perrita pastor que le regalé a Natalia en uno de sus cumpleaños. Era hija de la perra de una vecina, se vieron un día a través de la reja que da a la calle y se encariñaron al instante. Yayau se salió un día de su casa y ya no la volvimos a ver, yo le prometí una perra igual de bonita a Natalia pero no quería otra.


Ésta ya no es una cachorra para igual se ha hecho querer desde el primer momento.


Parece que a Yayau también le gusta la silueta majestuosa, esa tarde, mientras yo la dibujaba , ella se echó a mi lado, mirándola, y se movió de ahí hasta que nos fuimos a cenar.


Aunque ya habíamos pasado todo un día, de nuevo me acosté dudando que amaneciera ahí al otro día.


Martes: El domingo en el café internet de Susana leía, en la página del CENAPRED, que el volcán Popocatépetl había incrementado su actividad sin llegar a cambiar el color amarillo de la alerta. Lo recordé cerca del medio día de ese martes cuando Yayau comenzó a ladrarle (desde aquí justo se alcanza a ver su cima) mientras lentamente se alzaba sobre él otro cono, gris, ligero y quizá del mismo tamaño. Sin duda los animales tienen otro grado de percepción y, específicamente los perros, se mantienen muy alerta.


La cuestión desafortunadamente no paró ahí. Justo la noche en que horas antes el volcán había vuelto a dominar el cielo, y mientras yo dormía, escuché de nuevo los ladridos de Yayau. De inmediato recordé los pasos y me levanté.


Esta vez no escuché la hierba tronando pero Yayau ladraba con coraje. Si se toman en cuenta el silencio casi total que por aquí habita, y que inunda el espacio por las noches, mi tensión y mi miedo eran provocados en buena medida por sus gritos intimidatorios


Tomé el machete y salí. Ella ladraba de nuevo en dirección al volcán, que entonces no se veía, pero cuando bajé la mirada vi moverse entre el follaje distante una sombra que en breve perdí. No creo poder transmitir con estas palabras un cuarto del miedo que sentía entonces. No pensaba en nada, sólo padecía ese sentido emergente, activado pocas veces, cuando los otros cinco son vencidos por alguna situación extrema.


Después de unos minutos Yayau dejó de ladrar y con toda calma volvió a su casa, y yo tras ella.


Miércoles: La luz del día modifica todo. Ese espacio que horas antes había sido el más pavoroso era entonces, de nuevo, bello y tranquilo, verde y coronado por las gotas de nieve sobre la nítida mujer dormida, aún árida. A su lado derecho el Popocatépetl apenas humeaba. Pensé en regresar pero la idea había dejado de ser la determinación definitiva de la noche. Mientras recogía varas para arder en la fogata, mientras cocinaba, mientras veía las nubes veloces acostado sobre el pasto, ese día sólo pensaba en lo que había visto.


Una parte de mí no se convencía de que, de ser un ladrón, se hubieran asustado con el ladrido de un perro, la otra, fuera lo que fuera, esperaba que así hubiera sido y que no regresara.


No puedo asegurar que eso que vi hubiera sido un hombre, ni siquiera que hubiera sido real, que no hubiera sido una confusión provocada por la oscuridad parcial que permite percibir siluetas, más confusas a media madrugada en pleno bosque con una perra ladrando a la nada.


¿Y si al final la perra también confundío alguna silueta de la naturaleza en movimiento con un posible peligro? Después de todo no me consta que estuviera acostumbrada a este lugar específico.


Decidí dejar de lado esta idea, pero para mi desgracia Natalia aparece apenas hay un breve instante de vacilación en mi cabeza, con la misma frecuencia con la que me encuentro con la mujer dormida apenas levanto la vista, impactando mis sentidos con la misma fuerza.


Paralelas a la bitácora, redacto también una serie de cartas dirigidas a ella. Aún no sé si se las entregaré, si le daré todas, pues igual que en este relato, cada vez hablo más sobre interiores que sobre paisajes exteriores, a veces a mi pesar.


Esa noche cruzó sobre nosotros sin mayores sobresaltos.


Jueves: Por la mañana, mientras Yayau y yo acabábamos de desayunar, pasaron por aquí un grupo de alpinistas españoles que tenían planeado ascender hasta la cima de la mujer. Cuatro navarros que se detuvieron a platicar conmigo. Les interesaba conocer más sobre la cultura popular mexicana, de hecho uno de ellos traía prendido a su mochila con un segurito un parche de la máscara del santo. La verdad no soy experto pero algo pudimos hablar hasta que llegamos al tema de la mitología frente a nuestros ojos.


Rubén, Eugenio, Raúl, Federico y yo hablamos del origen prehispánico de la leyenda, de que desde entonces este volcán haya ya estado en actividad, y de que ese hecho junto a otros más fue entendido por Moctezuma como premonición del fin (tal como cuenta Roa Bárcena en su leyenda de la princesa Papantzin). De la fascinación que han despertado por artistas y científicos y de sus recientes episodios de erupción. Después les hablé de mi estancia aquí.


Ellos me escucharon atentos y me alentaron, me pidieron la dirección del blog e intercambiamos direcciones de correo. De cierta forma compartimos una misma pasión.


Después les pedí que me hablaran sobre su última cumbre, venían de alcanzar la del Aneto en los Pirineos, a más de 3000 metros de altura.


Nos dejaron chocolate, tomaron té y tras desearnos suerte se perdieron tras los pinos.


Viernes: Yayau no estaba por la mañana. Le grité caminando en el perímetro del campamento pero no apareció. Con cuatro días con ese nombre no era de esperarse que volviera al escuchar que la llamaba pero pensé que podría llamar su atención y hacerla volver. No funcionó.


Pensé que se habría aburrido o simplemente no estaría acostumbrada a permanecer en un mismo lugar. De todos modos serví un poco de pan remojado en leche en su bote mientras yo desayunaba.


Calculo que eran las tres de la tarde, yo estaba picando unos troncos secos cuando la vi aparecer por el camino. Traía las patas enlodadas, como si hubiera andado por una zanja lodosa. No hizo caso a la leche pero ya estaba de vuelta.


En la noche volvió a ladrar. El sueño se me ha vuelto ligero así que desperté de inmediato, me armé y salí. Ya no estaba ladrando, esta vez no fueron más de dos minutos, pero la encontré atenta en la misma dirección, creo que eso fue lo que realmente me provocó el frío extremo.


Sábado: Desayuné con la Yayau y terminando la llevé con don Gustavo y doña Alma, que ya habían llegado.


Pasamos juntos la tarde. Llegaron pocos campamentos, ellos me dijeron que esperan más visitas apenas inicie diciembre, las dos semanas antes de la navideña, y luego vuelven hasta el próximo año.


La Yayau apenas veía gente y se acercaba a olerlos, los seguía a cierta distancia hasta que bajaban las mochilas y regresaba corriendo con nosotros.


Yo me fui a dormir después de tomar un té y ella seguía rondando el terreno.


Domingo: Como ya se vuelve costumbre le dejé mis cosas a los Ávila y bajé a pie, acompañado de la perrita.


Llegando al café termino de escribir los borradores que entregaré a Susana junto con unos trazos y el pago para después ir por el abasto.


Aquí termina el relato que retomaré la próxima semana.

1 comentario:

  1. Hola otra vez, quiero comentarte que sigo cautiva de tu relato. Muchas gracias por llevarme a conocer una parte de mi país que p0c0 llamó mi atención en el pasado . Espero anciosa la próxima entrega.

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