noviembre 22, 2009

Domingo 22 de noviembre


Tras una semana más vuelvo al relato.
Lunes. Cayendo la tarde volví a mi base de cortejo volcánico. Todo el entorno en silencio contrastaba con lo que eso mismo había sido apenas unas horas atrás. Aunque aún encontraba rastros de quienes apenas se habían marchado, de nuevo era el único en no sé cuántos kilómetros a la redonda.
Tras haber comido en San Rafael no me quedaba mucho por hacer, tampoco tenía muchas ganas así que me preparé un poco de té mientras detallaba algunos trazos.
Justo ese día, subiendo desde el pueblo me acordaba de ella. Entonces parecían haberse reunido todas las condiciones adecuadas para la nostalgia, que siempre aprovecha cuando nadie más ocupa el centro de atención.
Seguramente sentada en su cama miraría por la ventana mientras escucharía música convencida de que pronto yo iría a buscarla.
Y no es que estuviera equivocada, me cuesta mucho estar sin ella. Cuando nos alejábamos, los domingos por la tarde, justo cuando más pega la nostalgia y todo voltea hacia ella, ante el contraste que siempre me ofrece su ausencia, salía en su búsqueda.
Ese día desde mi campamento alzaba la mirada y miraba frente a mí a la Iztaccíhuatl, recostada tan cerca pero siempre mirando en otra dirección. Así mismo encontraba entonces a Natalia. Pero por ahora a ninguna de las dos, por más que quisiera me podía acercar.
Martes. Me volvió a despertar el ruido de las camionetas. Después de un breve desayuno seguí dibujando. Poco a poco las cosas se me facilitan más, leña, lumbre, cocina, escritura, trazos, recuerdos. No quiero con esto decir que todo esto lo hago bien, tan sólo que me voy adecuando.
EL frío comienza a arreciar. Incluso a medio día, cuando el sol se alza exactamente sobre los volcanes, el viento baja cada vez más helado. Y considerando que aún es poca la nieve sobre las alturas pienso que esto podría agudizarse aún más.
Cuando contaba sobre esto a algunos amigos, gestando apenas mi aventura, muchos querían acompañarme y sinceramente yo quería que vinieran. Ahora creo que así estoy bien pues no debo de preocuparme por nadie más y las decisiones las tomo sólo yo. Además, la convivencia con ellos (¿o conmigo?) después de unos cuantos días enteros se complica un tanto.
Aún así y sin el pretexto del frío, creo que con Natalia sí me hubiera gustado subir.
Ese día la fumarola del Popocatépetl se levantó sobre nosotros, como queriendo espiar y cuidar a su mujer de mi compañía. ¿O será sólo que la quiere cubrir de este tremendo frío? Como si soplara un poco de su aliento sobre ella.
Imaginé a mis padres en la mesita de su casa, cenando algo caliente antes de irse a dormir y así yo hice lo mismo.
Miércoles. Cuando se mira tantas veces una misma foto uno acaba por encontrar detalles que perecen ocultos, e incluso, por sumarle detalles ajenos. Miro a diario a esta mujer. Al amanecer, a medio día, cuando atardece y cuando la luna se refleja sobre ella.
La miro con poca nieve, a veces con un poquito más (¿o será uno de esos detalles adjudicados por mí?), la miro seca y dorada o fría y entre penumbras de madrugada pero siempre miro a la misma mujer. Aún así cada imagen me remite a algo más. A su mítica historia, a su mítico silencio. Entre guerras tribales de aztecas contra tlaxcalas y premoniciones funestas, advertir el paso acechante de los conquistadores hasta cimbrar Tenochtitlán. Una lenta mirada a todo lo que aquí ha ocurrido hasta convertirse en un símbolo. Y ahora yo aquí.
En mi cartera, entre un calendario y una tarjeta telefónica obsoleta, guardo algunos de sus recados y una fotografía. A los cinco años en algún parque. Me ocurrió lo mismo ese tarde. Después de verla en clase, concentrada, distraída, coqueteando. En mi cuarto, en el suyo, durmiendo, despertando, riendo, gritando. A cada uno de esos momentos me remitió entonces el hallazgo de su imagen, cuando nada de eso había ocurrido, cuando Natalia tenía cinco años y la retrataron en un parque.
Jueves. El Servicio Sismológico Nacional, ubicado en Ciudad Universitaria, tiene registros diarios de las zonas con mayores movimientos telúricos del país, entre ellos los volcanes. Durante los primeros semestres de mi carrera ayudaba al ingeniero Luis Quintana Robles al análisis de esta zona, ese día lo recordé. Sin cosas pendientes de ningún techo no tuve mayor referencia del temblor así que sólo estuve seguro hasta que la tierra comenzó a quejarse. Los árboles se movían quizá igual que cuando se trata del viento pero sentía el vaivén debajo. La mujer dormía pero el cerro que humea lo hacía con vigor. El volcán registra un par de temblores al día pero la mayoría apenas son perceptibles a sus faldas, para haberlo sentido de este lado seguro se trató de algo mayor. Sé bien que eso no necesariamente significa que se trate de un incremento considerable de actividad y que por consiguiente corra peligro pero debo aceptar que en ese momento se me nubló la razón y me invadió el temor frente al gigante vivo.
Para acentuar lo vivido, esa noche tras ordenar el campamento, en oscuridad total, y sin aún entrar a la casa volví a escuchar los pasos.
Me encontraba de espaldas a la Iztaccíhuatl cuando escuche de nuevo la hierba tronar bajo unos pies. El machete estaba a un costado de la casa así que tomé una piedra. Giré por pánico, en plena oscuridad.
No creo que fueran pisadas de animal, sonaban cautelosas pero claras. Sonaban cada vez más cerca.
Viernes. Mientras desayunaba bajo el tenue rayo del sol me convencía de que por obvias razones no se trataba de asaltantes. El tiempo en exceso y el entorno tan particular me generaron ciertas teorías. De nuevo pensé que se podría tratar de gente que sube de madrugada en secreto, para lo que fuera, y que por alguna circunstancia no querían ser vistos. Pensé también en que se puede tratar de alguien más viviendo aquí arriba a quien le causaba curiosidad hallar otra persona en igualdad de circunstancias pero que no se animaba a abordarme y sólo me espiaba. Incluso vino la lejana posibilidad de que a cierta hora de la noche el presente (mío) se empalmaba con el pasado (presente de otro) por lo que había gente caminando en el mismo espacio en diferente tiempo. Algo entretenido pero de poca utilidad para explicarme realmente lo que pasaba.
El día transcurrió sin contratiempo, sin sustos de ningún tipo. La comida se ha convertido ya una gran entretención, sobre cuando termina bien cocida, el chorizo es una garantía.
Y como si tanto pensar en lo ocurrido un día antes me hubiera agotado dormí a plenitud.
Sábado. Al no ser un fin de semana largo los vendedores llegaron hasta este día. Don Gustavo y Doña Alma me dijeron que incluso hay veces que deciden no subir si no hay mucho movimiento en San Rafael.
Llegaron apenas tres campamentos un tanto chicos.
De cualquier forma es muy agradable tener con quién hablar mientras se toma un buen atole.
Pasé la tarde con ellos hablando de las múltiples historias que han visto desde su chocita, a propósito de ello les conté lo ocurrido el otro día.
Sobre el temblor me dijeron lo que ya sabía, es algo muy común. En cuanto a lo otro me ofrecieron varias posibilidades. Don Gustavo hablo primero de los conejos del monte. No le dije que lo creía poco probable porque su esposa de inmediato le preguntó si no se trataría de los de la secta. Me contaron que los ejidatarios han encontrado en ciertas ocasiones atadas a los árboles y quemadas, patas de animales, chivos o becerros, rodeadas por piedras. Creen que se trata de miembros de alguna religión rara que sube a hacer sus ritos a escondidas.
También me hablaron de los rateros, pero que éstos no suben hasta acá si no es siguiendo a alguien.
Hasta me hablaron de quienes han visto espíritus de los que según ellos han muerto o se han perdido en la montaña. Para no torturarme con estos pensamientos cambié el tema y por la tarde me fui. Leí el periódico que ellos me regalaron y me dormí
Domingo. Desperté temprano y de nuevo, aprovechando la generosidad de los Ávila bajé encargando a ellos mis cosas tal como el fin de semana pasado.
Ahora desde este café internet termino la recopilación de textos de esta semana, dedicados a mis recuerdos de escuela, de familia y de Natalia a quien sigo imaginando en su ventana cada que levanto la vista.

3 comentarios:

  1. Hola de nuevo Víctor. Gracias por tus comentarios en mi blog. Por cierto, me encantó tu crónica, especialmente algunas metáforas como decir que el suelo se queja cuando tiembla y hacer un símil entre Natalia y "la mujer dormida". Pienso lo que cuentas como algo lejano, sectas, espíritus, fantasmas, ladrones, oscuridad estrellas, volcanes es como un relato de los exploradores del siglo XIX. Me parece tan lejano y pensar que no estás a tantos kilómetros de distancia de donde yo me encuentro... evocas imágenes muy hermosas. Nos vemos la próxima semana... Isabel

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  2. Hola Victor. cada vez te siento mas cercano o quizá mas familiar, creo que es debido a que cuando leo tu relato siento como si te conociera de siempre, muchas gracias por regalarnos esta maravillosa historia que nos lleva a sentir el aire frío de los magestuosos volcanes con la pura imaginación. Espero el próximo capítulo.

    Jimena O.

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  3. Me uno a las lectoras asiduas de Víctor que en medio de las fauces del concreto nos brinda un respiro verde con olor de amigo.

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